domingo, 11 de octubre de 2009

El PREMIO




Vista la manera como el cerebro humano suele funcionar, siempre dispuesto a resbalar hacia cualquier forma de delirio, la historia verdadera que hoy contamos aquí, no hubiese sido posible sin ese condicionamiento previo. También, la naturaleza humana en su rica diversidad, afortunadamente incluye personas como nuestro protagonista, cuyo natural se inclina más a la melancolía, al ensimismamiento, a una exagerada coincidencia de la transitoriedad de la vida, a una incurable perplejidad ante los auténticos laberintos cretenses de las relaciones humanas.
Nuestro héroe, falto de cualquier tipo de inteligencia organizativa, dispone en todo caso de tiempo más que suficiente para ir aprendiendo con la infinita multiplicación de sus propios errores, de tal modo que culminará, como lo viene demostrando el incesante espectáculo de su vida, en una infalible maquinaria de compensaciones que sólo necesitará de un poco de suerte para demostrar que las pequeñas desviaciones en el funcionamiento del mecanismo neurológico que le rige no tiene ninguna importancia para lo esencial, en el mismo fluir del agua y de la espuma, que lo libere de las suciedades del cuerpo y de los temores del alma.


Si su compañera, S. fuese una mujer poco agraciada, un palo de escoba o, por el contrario, si sufriese una excesiva abundancia de volúmenes, lo que, tanto en un caso como en el otro podría justificar una fogarada de pasión externa, y quizá un capricho donjuanesco del insufrible y obsesivo tumbador de hembras que lleva dormido en el interior de sus cromosomas, como por otra parte es de recibo en gran número compatriotas suyos, el asunto no tendría la menor importancia. Pero no es el caso, sus ambiciones son de otra naturaleza, más cercanas al ejercicio de la solidaridad entre los hombres y mujeres, sin importar razas, religiones, ni ninguna otra barrera artificial creada para dividir a los habitantes de nuestro planeta, y multiplicar las insignificantes diferencias que separan a los seres humanos.
Las distintas civilizaciones que engloban la población actual del mundo están diseñadas, según nuestro héroe, para una alianza eterna y fructífera. Solamente alguien, como él, ungido por el sudor del trabajo diario del pueblo, como María de Magdalena ungió al Señor con perfume de flores silvestres, es capaz de darse cuenta en toda su amplitud de la mayor verdad de todos los tiempos: Los seres humanos se aman los unos a los otros como a sí mismos.


Durante varios años, tantos como nuestro héroe tiene voz reconocida internacionalmente, lucha sin descanso por la defensa de esa verdad natural imbuida entre sus enlaces neuronales cerebrales, no por ningún mesías de sacristía, pulpito o altar mayor, sino por el análisis cuidadoso del materialismo científico y dialectico que, tan excelentemente domina.
José Luís es un incansable, de la estirpe de Hernán Cortés por parte paterna, su honorable abuelo nació en un pueblo de Extremadura cuna de tantos y tantos conquistadores españoles. Según cuentan las crónicas, Hernán Cortés tardó semanas en ser recibido por Moteczuma. Después de azarosos episodios de luchas, hambres y sediciones, entra finalmente en Tenochtitlan donde el emperador azteca le recibe desde la altura de un enorme pulpito con la gran ciudad a sus pies, le espeta: “Cansado estaréis señor de subir a este nuestro gran templo” a lo que Cortés respondió: “Nosotros no nos cansamos de cosa alguna”.
José Luís jamás se cansa, ni se cansará, de trabajar por la causa de la alianza de civilizaciones y de la lucha contra las injustas diferencias que sufre la humanidad. Su profunda formación intelectual, los recuerdos asociados a su antiguo pariente, y la herencia escrita que de él recibió le conducen a afirmar que, los primeros hombres que visitaron América creyeron que habían encontrado accidentalmente el paraíso, un segundo Jardín del Edén. El propio Cristóbal Colón, al referirse a su tercer viaje escribe: “Creo que se encuentra aquí el Paraíso terrenal, al cual nadie puede entrar excepto con el permiso de Dios”. Cosa ésta de la autorización, que José Luís pone en duda frecuentemente, cuando salen a relucir estos temas históricos. El, un simple mortal seguidor de los diferentes materialismos, científico, dialectico, ético, político y futbolístico ha visitado varias veces El paraíso, incluso acompañado de sus góticos retoños sin ningún impedimento, a pesar de su reconocido ateísmo.


José Luís desea para el conjunto de la humanidad una vida similar a la que llevaban los americanos originarios, un mundo dorado del que tanto hablan los escritores antiguos, en el que los hombres y las mujeres vivían con sencillez e inocencia, sin imposiciones de leyes, sin disputas, jueces ni calumnias, contentos tan sólo con satisfacer a la naturaleza. Montaigne dejó escrito lo que sigue: “En mi opinión, lo que realmente vemos en estos pueblos no sólo sobrepasa todas las imágenes que los poetas dibujaron de la Edad de Oro, y todas las invenciones que representaban el entonces feliz estado de la humanidad, sino también el concepto y el deseo de la filosofía misma”.
Desde el principio, según nuestro héroe, el descubrimiento del Nuevo Mundo fue el impulso que insuflo vida al pensamiento utópico, la chispa que dio esperanza a la perfectibilidad de la vida humana.
José Luís, lucha sin descanso contra el punto de vista contrario. Si muchos, como el mismo, consideraban y consideran que los indios vivían en una inocencia anterior al pecado original, había otros que los juzgaban como bestias salvajes, diablos con forma de hombres. La confirmación de que había caníbales en el Caribe no contribuyó a atenuar esta opinión. Lamentablemente la leyenda negra dice que los españoles utilizaron la opinión negativa sobre los habitantes originarios como justificación para explotar a los nativos despiadadamente para sus propios fines mercantiles. José Luís, conocedor de esa historia sin fundamentos científicos que la sustenten, intenta por todos los medios a su alcance, que son muchos, repararla en lo posible, acercándose y ayudando a los gobernantes descendientes directos de los antiguos caribeños, con los que tiene la inmensa suerte de compartir ideología política.


Hasta 1537, con la bula papal de Pablo III, los indios no fueron declarados verdaderos hombres dueños de un alma. El debate, no obstante, continuó durante varios cientos de años, culminando por su parte en el “buen salvaje” de Locke y Rousseau.


Para José Luís, no hay palabra más sagrada que la palabra paz, pazzz como él suele pronunciarla. Tanto es así, que en su fuero interno se cree un elegido para propagar esa sagrada religión, la paz, por todo el universo mundo. Paz entre moros, cristianos, judíos y fariseos. Paz entre la gente y los pueblos de España. Paz con los talibanes, los piratas somalíes y los ikurriños del Norte, al fin y al cabo pobres chicos descarriados. Paz con Osama bin Laden y Al-Qaeda. Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. ¡Pazzzz! ¡Pazzzz!.
José Luís está triste, las cosas no han salido como él las tenía planeadas. Lleva el periódico bajo el brazo, mensajero de la desgracia, voz y palabra del destino. ¿Qué te ocurre?, esposo, dice S. que te observo tan pensativo. ¡Una injusticia! ¡Una terrible injusticia! Con lo que yo he luchado por conseguirlo……el premio….. Yo, que he llegado hasta a encamarme con ETA para lograrlo. Me lo ha robado ese. ¡Ese! ¡Ese negro que está en todas partes.!.



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