lunes, 23 de febrero de 2009

El especialista


El especialista.

Uno de los problemas importantes de la política actual en la mayoría de países de cultura latina, si se puede llamar así, es el apego al cargo de los dirigentes, el amor al poder, bien dentro de la estructura de los partidos o en las instituciones del estado y/o autonómicas, ayuntamientos etc. El afecto desmedido por el sillón, según palabras sabias de un compañero: “El atornillado al sillón”.
En el caso del sillón institucional, siempre nos queda, a los ciudadanos corrientes y molientes, el sufragio universal que con todos sus defectos y trucos, pre y post electorales, a veces permite “largar” al político de turno después de cuatro interminables años de padecerlo.


En el caso de los cargos internos de los partidos políticos, el asunto resulta mucho más complicado, los lideres se perpetúan en el sillón, pues el sistema de democracia orgánica interna, con las manipulaciones pertinentes, pactos, arreglos, enjuagues, lavajes, clanes, castas y otras mandangas indecentes, hacer saltar a alguien de un sillón, si el interesado no quiere, resulta casi imposible.

Si quisiéramos fundar un partido diferente, para salvarnos en salud, para evitar que nos pueda ocurrir como al resto de partidos, propongo estudiar el problema detenidamente, empezando por la contratación de un buen especialista en temas afines, en el tema concreto parece que el mercado está muy limitado. Yo, propongo a Charles Sale, norteamericano, un ejemplo de su experiencia nos lo presenta a continuación:


“Seguramente que usted ha oído hablar mucho acerca de que ésta es la era de la especialización. Yo, de oficio, soy carpintero. Hubo un tiempo en que podía construir una casa, un granero, una iglesia o un gallinero. Pero me di cuenta de que en mi carrera uno necesitaba especializarse, y me puse a pensar. Hasta que lo encontré, y lo estudié a fondo. Señores, se hallan ustedes ante el campeón de los constructores de retretes del condado de Sangamon.


Luke Harkins fue mi primer cliente. Se enteró de que yo me había especializado y decidió probar. Le construí el artefacto normal de tres hoyos para una familia de ocho. Ese trabajo consagró mi reputación y, desde entonces, he dedicado todo mi tiempo y mi pensamiento a este tipo de especialización. Naturalmente que, cuando escasea el trabajo, empapelo uno que otro muro, pero mi corazón permanece junto a la construcción de retretes rurales. Y cuando acabo una obra, no se crea que la doy por terminada. A todos mis clientes les garantizo seis meses de servicio gratuito ante cualquier contingencia.


Esto se lo expliqué a Luke, y un día me llama y me dice: “Lem, me gustaría que vinieras por casa. Tengo problemas con el retrete” Bueno, cogí el coche y me fui donde los Luke. Me escondí detrás de la casa de los Baldwin hasta que me formé una idea bastante exacta de la situación.
Estábamos en plena época de cosechas, y ahí estaban los jornaleros, entrando y saliendo y quedándose en el retrete entre cuarenta y sesenta minutos por vez. ¿Se da cuenta?
Dije: “Luke, de verdad tienes problemas con tu retrete”. Así es que traje mis herramientas y me puse a examinar la estructura.


Lo primero que hice fue mirar el catálogo de ventas por correspondencia que estaba ahí colgado, pensando que podría ser el origen del problema; pero ni siquiera pertenecía a una empresa conocida. Entonces me puse a mirar los asientos propiamente tales y me di cuenta de todo. Los había hecho demasiado confortables. Cogí mi escofina y, en un dos por tres, dejé cuadrados los hoyos que antes estaban tan suavemente redondeados. Cuadrados y ásperos, con ángulos bien pronunciados.
Enseguida, volví a tomar mi posición de antes: yo aquí, los Baldwin ahí, y el retrete algo más allá. Y me quedé observando las entradas y salidas de los jornaleros por casi dos horas. Ni uno se quedó más de cuatro minutos”.




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