miércoles, 24 de junio de 2009

APOLOGÍA DEL BORRICO

“El asno es un animal heráldico y cósmico simboliza la materia: por ello se le ha vejado y demonizado. Sobre todo al asno bermejo…! Por eso fundé yo la Hermandad del Asno Bermejo! Debería instituirse una cátedra de Asnología, una facultad de Ciencia Asnológica.” (Cristóbal Serra, escritor, traductor y erudito asnómano)

En 1.837 se imprimió en la Imprenta Nacional, Madrid, “El asno ilustrado” cuyo autor es un antiguo clérigo. Leyendo esta obra fácilmente se llega a la conclusión de que sin el asno no hubiese existido ninguna civilización mediterránea. Así pues, ese animal semejante al caballo y al mulo, pero más pequeño, de pelaje áspero y orejas largas, usado, injustamente, para la carga. Merece un comentario apologético, paralelamente a las biografías apologéticas de santos, apóstoles y otros seres martirizados y maltratados por las sociedades de diferentes épocas y lugares. Identificando como principal protagonista de los tormentos del asno al asnero o arriero de asnos, por sus gritos, lenguajes…., insultos y broncos avisos pidiendo paso para sus recuas.
Quisiera aclarar, antes de continuar, por si algún iletrado españolista entra en este foro, que el asno bermejo mencionado arriba no tiene nada que ver con el ex ministro de justicia zapateril de tan infausto recuerdo. Además, siguiendo al autor de la obra original, “guárdate de juzgar la apología del asno por el sonido del título teniéndola por cosa liviana o de mero entretenimiento”. El asno es el animal príncipe del escritor, del filósofo, del físico, del historiador, del agricultor, del moralista, del hombre religioso.
Como hemos dicho antes, la apología del asno se imprimió en Asnopoli, es decir Madrid; con notas y borriquero, y con elogio del rebuzno como apéndice.


Sabido es qué, el borrico, burro, pollino, jumento simboliza al animal mascota de una gran Nación sin Estado, afortunadamente por poco tiempo, por lo que en dicha tierra el asno (asna no se contempla, pero sí, burra) está muy ligado a la futura independencia política de la misma, cosa ésta que demuestra la sensibilidad de ese pueblo para con el noble animal.
La elección del pollino como símbolo Nacional tiene su origen, como casi todo lo que pasa en el oasis, con hechos ocurridos en la capital del Estado español, y en su denominación borriquil: Asnopolis. ¿Cómo un animal tan sabio iba a contribuir a orlar, dar brillo y esplendor, a la ciudad causante de todos nuestros males y desgracias quedándonos con los brazos cruzados?. Nuestra reacción inmediata fue la de apoderarnos del simbólico animal, poco a poco, para que no se notara en exceso, y darle una relevancia superior enfrentándolo al toro osborniano.
Afortunadamente, hoy día, nadie identifica a Madrid con Asnopolis, ni a los seis millones de madrileños (6.043.031 en su área metropolitana) con burros. Aquí, no obstante, algunas personas de escaso techo mental, en programas basura televisivos, dicen que los catalanes somos seis millones de burros, actualmente según el último censo, el número es de siete y medio. ¿Nos podemos quejar de esa identificación entre símbolo asnal patriótico y ciudadanos? Ya se sabe algunas personas, por llamarlas de alguna manera, son incapaces de separar el todo de las partes, el burro patriótico del patriota, el vino de la gaseosa, la paja del trigo….y otros sublimes ejemplos prácticos que se me están ocurriendo y por falta de espacio dejo para mejor momento.


¿Pero quién puede molestarse por la comparación, identificación, con tan sabio animal:? La cachaza y sabiduría del asno. El ritmo pausado mediterráneo. La labor silenciosa y callada. El pasar sobre las ofensas. Esta criatura se la tiene por necia, siendo de las más sabias.
El Gran Napoleón tuvo un cuerpo de observadores muy especial compuesto por orejas de asnos. Antes de entrar en batalla, consultaba el temblor de las orejas de los asnos capaces de anticipar eventos meteorológicos y propiciatorios.
Para los egipcios fueron símbolos de sabiduría: adoptaron las orejas de burro, teñidas de rojo, como distinción de su cetro.
Nosotros, una vez obtenida la independencia, por las buenas o por las malas, incorporaremos estos saberes antiguos para realzar nuestra grandeza nacional y alcanzar el perfecto equilibrio entre lo clásico y lo moderno.
Aarón , el hermano de Moisés, como sumo sacerdote de los hebreos adoptó las orejas de burro sobre su cabeza(Éxodo,28,4) distintivo sacerdotal que se convirtió con el tiempo en tiara papal. Nosotros en un futuro inmediato presentaremos también al Gran Honorable con tales aditamentos.
Sigamos con el investigador asnal Cristóbal Serra: “El calmo solípedo fue para el pueblo judío animal sacrosanto: el jumento es la primera criatura citada en el Génesis, y la más citada en la Biblia. Y borricos indicaron dónde había agua cuando morían de sed los hebreos en el desierto del Sinaí. Y el Templo de Jerusalén custodió una cabeza de burro áurea.”
Los primeros cristianos eran también fraternos con el borrico. Jesús entró en Jerusalén en cabalgadura borrica. Los cristianos fueron caricaturizados por los romanos como asnos, tomándolos como onolatras. Igual, exactamente igual, que hacen ahora los españoles con siete millones y medio de catalanes.
Luego, pertenecer a este enorme colectivo cuatribarrado debemos tomarlo como un orgullo nacional. Indirectamente puede ser una manera de entrar en el cielo sin pagar aduana, por similitud con los cristianos primitivos, aspecto éste de singular importancia (ahorrar el peaje) para cualquier catalán que se precie.


Cuenta una fabula que un burro portaba los materiales sacros para los cultos eleusinos de la diosa Ceres/Vesta, y el solípedo se envaneció por ello, por lo que fue amonestado con las siguientes palabras: “! Mira que no eres tú el Dios, sino que sólo lo llevas!” Análogamente lo mismo le ocurre al Gran Honorable cuando cubierto con la senyera afirma, o deja entrever, que Cataluña es él.
Me resisto a cerrar el tema sin reproducir aquí un interesante pasaje del libro “El asno ilustrado”:
“Presento aqueste Elogio bosquejado
Tan solamente, pero no completo.
Lean, piensen, discurran, juzguen, digan:
¿No fuera honor y dicha el ser Jumento?”
Como pueden observar: por medio de la palabra hasta un pretendido insulto puede dulcificarse, a modo de operación de cirugía estética embellecedora, tan actual en estos tiempos de predominio de la imagen. Aunque este tipo de cosas no son nuevas. Hace más de cuatrocientos años el poeta Argensola escribió el siguiente soneto “A una dama que se afeitaba y estaba hermosa”:

“Yo os quiero confesar, don Juan, primero/que aquel blanco color de doña Elvira/no tiene de ella más, si bien se mira/que el haberle costado su dinero.
Pero tras eso confesaros quiero/que es tanta la beldad de su mentira/que en vano a competir con ella aspira/belleza igual de rostro verdadero.
Mas ¿qué mucho que yo perdido ande/por un engaño tal, pues que sabemos/que nos engaña así Naturaleza?/Porque ese cielo azul que todos vemos/ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande/que no sea verdad tanta belleza!”

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