sábado, 3 de octubre de 2009

Sobre lecturas y otros entretenimientos




X, no era un lector compulsivo, no devoraba libros, jamás se le había visto comerse ninguno. Podemos decir, sin temor a cometer un error de bulto, que X leía con método y reflexión, subrayando algunos párrafos, analizando algunos términos, expresiones e ideas que otros previamente habían situado sobre un soporte físico o virtual. Su cadencia de lectura abarcaba diez o doce libros al año, una vez seleccionados durante la lectura de los mismos, después de haberse adentrado aproximadamente una quinta parte en el recorrido total del escrito, si éste no le había despertado un mínimo interés, no placer u otro sentimiento del espíritu, eso sería demasiado y sólo de tarde en tarde se producía esa coincidencia rara entre el lector y el autor de lo escrito, X desechaba la obra y no la daba por leída, pero sí anotaba mentalmente que no volvería sobre ella.
Si el libro no es ágil cuando X empieza a leer, se siente como en un mundo extraño. Andando trabajosamente por pantanos y matorrales, tropezando por laderas pedregosas y riscos traicioneros, se siente como un prisionero haciendo marchas forzadas y su único pensamiento es huir. Le aburren las palabras del autor y le resulta difícil concentrarse. Lee capítulos enteros y cuando llega al final se da cuenta de que no ha retenido nada. ¿Por qué todas esas interminables descripciones de entes nimios?
Antes de abandonar el libro X piensa que encontrará una historia, o por lo menos algo parecido a una historia, pero eso no es más que palabrería, una interminable perorata acerca de nada.
X, solía tener dos o tres libros empezados y los iba leyendo intercaladamente, sin mezclar historias ni personajes, por experiencia propia sabía que la lectura de un libro suele ser más productiva si ésta se realiza a intervalos regulares que de una sola dosis. En alguna parte ha leído que los libros hay que leerlos tan pausada y cautelosamente como fueron escritos, el truco está en ir despacio, más despacio de lo que ha ido nunca con las palabras.


X, sabe por propia experiencia, que la gente cuando escribe, aún sin saberlo ni proponérselo, sigue un patrón general de expresión que conforma la arquitectura del escrito. Se construye siempre utilizando material básico obtenido de los escombros y residuos de otros escritos, ya olvidados, ya pasados de moda, ya copiados consciente o inconscientemente. Todo escrito tiene en su base copias más o menos identificables con algo existente o que ha existido. Todo el mundo copia letras, 29 letras del abecedario español en nuestro caso, palabras, 95.000 incluye el Diccionario de la Real Academia, 70.000 el diccionario de Manuel Seco léxico vivo, aproximadamente. Estas serían las copias más elementales.
Se copian, frases, expresiones. Se utilizan fuentes, libros, periódicos, revistas, etc. Internet merece mención especial por la facilidad que ofrecen sus orígenes, y la comodidad de copiar y pegar. Cualquier escrito es una cita continuada de infinitos autores anónimos. Hay quien piensa que está creando cuando en realidad lo que hace es copiar de su propia memoria. Otros utilizan material base en diferentes idiomas, y hay quien copia conceptos y los representa con distintas palabras. Algunos copian infolios completos (ahora yo copio a Torrente Ballester: ¿Estaría escribiendo mientras picoteaban las gallinas en los antiguos infolios?). Parece que lo fundamental es saber combinar, no mezclar, combinar en el sentido químico obtener un producto nuevo y diferente partiendo de materiales más simples, letras, palabras, frases, expresiones, informaciones, datos etc. Mezclar conduce a refritos y superposición de cosas, faltas de enlaces y lógica constructiva.


La ciencia química nos proporciona un ejemplo casi perfecto de orden creativo. El idioma de la ciencia química tiene su propio alfabeto.
Los símbolos de los elementos químicos son sus letras. Las palabras compuestas de ellos son muy distintas combinaciones de las letras, que representan la diversidad casi infinita de compuestos químicos. Actualmente se conocen millones de compuestos, cada semana este número aumenta en varios miles, y es probable que no tenga fin esta derivación de palabras en la química.
Pero las letras aisladas, es decir, los elementos, son mucho menos numerosos, hoy se cuenta solamente con ciento siete, un abecedario de 107 letras. Fueron necesarios varios milenios para formar el alfabeto del idioma químico, pero la mayoría aplastante de las letras ha sido descifrada en los últimos doscientos años.
Todos los compuestos químicos que forman la naturaleza viva y el reino mineral son diversas combinaciones de algo más de ochenta elementos. El resto de los elementos conocidos en la actualidad prácticamente no existen en el mundo que nos rodea. Fueron creados artificialmente con ayuda de reacciones nucleares. Por este camino es posible obtener elementos nuevos, no se sabe exactamente cuántos. Pero es evidente que el alfabeto químico aún no está terminado. Así, podemos empezar por As metaloide (arsénico, la obtención del arsénico elemental se atribuye al alquimista Alberto Magno) y acabar con el Zirconio (Zr) un metal, pasando por ejemplo, por el dysprosium (diprosio,Dy) una tierra rara, y el krypton (criptón,Kr) un gas noble.
Un elemento en cuestión es un conjunto de átomos que poseen una estructura determinada, los átomos de un mismo elemento pueden presentar diferencias entre ellos. Aparecen isótopos y otras especies menos evidentes. Con toda su aparente precisión el concepto de elemento químico resulta bastante abstracto y significa precisamente el conjunto de átomos con cierta carga dada en el núcleo.
Como puede observarse el tema puede complicarse tanto como se quiera cuando va dirigido a personas no especializadas en esta materia, por lo que lo más prudente, creo yo, es salir cuanto antes de este jardín universal del conocimiento humano.
Empezamos hablando de escritura y de copias, una fusilada se decía en mis tiempos de estudiante, y se nos despista la imaginación por terrenos elementales de la química donde, evidentemente, también se copia a lo bestia.
Nunca digas de esta agua no beberé, si no tienes otra. Y este cura no es mi padre si no dispones de un certificado de ADN que lo acredite.
Igual puede llegar a resultar útil saber cómo se mantiene un huevo de pie.




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